martes, marzo 27, 2018

Matutinas I



El amanecer de hoy ha sido el primero de la primavera. No en un sentido literal, puesto que la primavera (por convención) llegó hace unos días, sino por la cualidad de la luz. El cielo azul y las nubes rosadas (los rosáceos dedos de la aurora, según el tropo clásico) parecían pedir una paisaje al óleo, más que un fotografía, un pintor capaz de sacarle partido al horizonte blanco. 

Pero yo no creo en la descripción. Imposible recrear la sensación que le lleva a uno a querer describir con palabras lo que está viendo. En absoluto. Siempre un esfuerzo inútil. Y utilizar más palabras solo conduce al aburrimiento. Todas esas prolijas descripciones.

Y aun así, el paisaje como inadvertida y constante presencia. La estructura de lo que observamos, justo bajo nuestra percepción consciente, como un tono musical muy grave, una vibración que lo acompaña todo.
La tierra roja y el verde de los olivos, perfectamente alineados, subiendo y bajando las colinas; el verde más brillante del trigo verde, los parches marrones oscuros del barbecho, las encinas, los pinos. Un paisaje que me lleva a pensar (con ridículo orgullo, como si fuera responsabilidad mía) en la civilización. Los humanos arrancando las aristas a la tierra, arándola durante cinco mil años, bueyes y caballos gigantescos ayudando a extraer los árboles inmensos y las rocas ígneas. Sudor animal y suavidad en el horizonte. Un jardín cultivado, el campo europeo.

Vicente Luis Mora y sus ensayos, con profusas notas al pie. Foster Wallace utilizándolas como un recurso más de la narración (los escritores norteamericanos postmodernos con su tendencia a escribir notas enciclopédicas, como si necesitaran dejar constancia de la ingente complejidad del mundo). Notas interrumpiendo la lectura como en los estudios académicos. Un académico cervantino dedicando diez años a las capitulaciones matrimoniales de Cervantes (solo cuatro folios del siglo XVII). Un antiguo amigo que dibuja. Mozart in the jungle. Partitas y Sonatas para violín de Bach. Matutinas. Néstor, el cuento del traductor drogadicto que se quedó corto y que debería ampliar si encuentro un rato.

Vuelapluma.

viernes, marzo 23, 2018

Cara



Mientras conducía abstraído, me ha venido a la mente la frase de una canción de León Benavente: "tengo la cara que me merezco, tengo el país que me merezco" y eso ha llevado a mi cabeza a pensar en Annette Bening en American Beauty, intentando calmarse para que la llorera no le marque surcos en la piel y a Kevin Spacey haciendo pesas y fumando hierba en el sótano, mientras el novio de su hija mira fascinado el baile de una bolsa de plástico en televisión. 

Ya saben eso de que, después de los cuarenta, todo el mundo tiene la cara que se merece. Ni hablemos de después de los cincuenta. 

Supongo que, a medida que uno se hace mayor (a pesar de tener hijos pequeños, con lo que conlleva eso de mantenerse despierto, aunque se me haga imposible imaginarlos mayores y vaya viviendo los días como vienen, sin pedirles más de lo que ofrecen), cada vez se vuelve con más frecuencia a los años vividos, a ese mundo cómodo y conocido que entendíamos. Supongo que todo el mundo acaba cayendo en el mismo arabesco de la memoria (recordar quienes éramos por escrito, fijando así este instante para el futuro es un arabesco triple, una triple voltereta mortal). Es más fácil y, a fin de cuentas, el cerebro es un organismo especializado en reconocer patrones y reforzar los ya conocidos, forma parte de su funcionamiento intrínseco que la electricidad circule por caminos ya abiertos previamente.

Recuerdo a una anciana avinagrada que protestaba por todo cuando tenía la librería, le molestaban los nuevos negocios del barrio, los jóvenes divirtiéndose, los jóvenes asistiendo a actos culturales, los jóvenes viviendo, echaba de menos el franquismo, la suciedad y los yonquis de los ochenta en Malasaña, tan solo porque ella era treinta años más joven y le parecía entender lo que sucedía a su alrededor. Había dejado de intentarlo hacía mucho tiempo. No sé si seguirá viva esa señora, pero era alguien a tomar como modelo para no olvidar que la amargura es fácil y está a la vuelta de la esquina.

Lo más difícil es separar la hojarasca del hueso de melocotón de las cosas. O eso creo. 

No lo sé, cada vez tengo menos claras las cosas. Me hago mayor.

jueves, marzo 22, 2018

Vida



Hoy he estado en un encuentro de la dirección de mi empresa. En primer lugar, una mujer con un cargo muy importante nos ha explicado la realidad desde su atalaya. Más tarde, el director de mi área, ha aterrizado esa realidad a su perspectiva. Por último, algunos compañeros nos han contado ciertos proyectos que inciden directamente en el día a día. Apasionante.

Esto no tiene ninguna importancia, claro. Las cosas concretas que dicen: tenemos que crecer en ingresos, hay que seguir apostando por los nuevos servicios. Todos dicen algo parecido y de forma similar. Todos han estudiado en los mismos colegios, en las mismas universidades, han leído los mismos libros. Todos los mensajes se reducen a uno solo, aplicable por igual a todas las empresas: tenemos que seguir creciendo a toda costa. Es vital para vosotros. Interiorizadlo, reflexionad sobre ello, si nosotros no lo hacemos, lo hará la competencia. A toda costa. 

La previsibilidad de estos encuentros es abrumadora. Antes me entretenía en ellos escribiendo cuentos. Ahora ya no. Los cuentos han dejado de interesarme. Tal vez la ficción haya dejado de interesarme. No lo tengo muy claro. No importa mucho.

Ahora pienso en otras cosas. Reflexiono sobre cómo la estrategia de una empresa fluye hacia abajo. Analizo algunos comportamientos. Veo el egoísmo que se filtra en los discursos de los directivos, veo que no hay nadie, nadie, (excepto cuatro idiotas) que prefiera estar aquí en lugar de en su casa con la familia, observo como el trabajo ha ido desencarnándose de tal manera que cada vez es más difícil explicarlo (prueben a contar a sus hijos pequeños cómo se ganan la vida, ¿lo entienden? fenomenal, todavía hacen ustedes algo de verdad), cómo la responsabilidad se ha diluido (nadie es responsable de nada, piensen en el coche autónomo que ha matado a un peatón: ¿de quién cojones es la culpa?, es imposible saberlo, no se pueden pedir explicaciones al algoritmo). 

Sueño con que llegue un día en que alguno de los ponentes salga y diga a voz en grito:

Sopla recio a mi espalda,

viento oscuro y tenaz del desarraigo,

confúndeme los pasos y sitúa mi norte

donde no halle el amparo de esta mansa morada.

[...]

Por ejemplo. 

O: ¿de verdad os pensáis importantes, ridículos fantoches? 

O que salga con una guitarra eléctrica, drogado hasta las cejas, y le prenda fuego en directo.

O que llame al Papa. 

Yo qué sé. Algo de vida. Algo de verdad.