miércoles, enero 28, 2009

Poetas

Voy a hacer una excepción en este blog. Sabes ustedes que juego a estar detrás de un personaje y que me gusta que desconozcan quién es el que habla, el que escribe. Ahora, sin embargo, el que escribe soy yo y nadie más. Saben ustedes que juego a no citar otros blogs, a no poner enlaces, a no subir fotos ni canciones y que me gusta que este sea un espacio en el que solo estén las palabras estas que aparecen por aquí. Ahora, sin embargo me apetece publicar algo personal.

Tres poemas de invierno, tres poetas amigas, en la realidad a este lado de la pantalla del portátil:



ETDN:

Qué lentos los minutos

en las piscinas de agua templada

en este líquido

profundo

de invierno

Aroa:

Yo no sé nada de las mujeres
que ríen
tan tempranas.
Tienen el corazón
tiznado
de gotas de café
y humo de cigarro.
Su cadera se expande
sin dolores
sin los hijos colgando
sin la casa.
Las mujeres que libres
se reúnen
sin otra vocación que la mañana.
Nada sé yo de la mujer oscura
que adorna las esquinas.
Calle del Desengaño,
los yunqueros del cuerpo
golpean con su sombra
la lluvia prematura.
Tiene horarios la noche
que alzan sus cortinas
como en esta oficina
de mañana.
Nada se yo del abrigo arrugado
de la mujer
cautiva. El coche
y el frenazo
de cielo
sobre ella y en rojo,
el crujido de pétalos
perfuma su rutina
y carreteras insomnes.
Nada sé de su dolor vencido
de héroe que se esconde
de manzana brillante.
Pero todas,
lo sé,
regresan un instante
y, al menos,
unas horas
dormidas
reconocen sus sueños.

y Lara:
Como una ruina levantándose, ahogado el silbido del
espacio, la aleta de un escualo o un colmillo, así
barrunta el huracán tras estas puertas.
No hay resquicio por el que no grite el aire ni
madrugada inocente o inofensiva.
Y ni siquiera el humo de la luz que se consume,
la espalda quieta en este muro contra nada.
Ya no hay chicharras, ni pasos cuando la feria,
y mañana el frío hará escarcha en los cristales,
y yo haré balanza: con el recuerdo fresco de
la sangre en el plato tras la carne, la ciudad
se me aparece entre los sueños con los pasos
quemados de los amigos, y a pesar de eso, hoy,
la soledad hinchada de estas paredes, la noche
larga, el teléfono, la vela quieta, el vicio,
antropofagia de los secretos, y tecla a
tecla: el desafío.

Cuando detrás de las horas vengan tus huesos
a juntarse otra vez con todos los míos, y llueva
sobre mojado en esta cama, y caiga la gota gorda,
piel aunque piel, poro propósito, tarde y marisco,
yo haré balanza: el viernes, día de la luna,
diente y ombligo, que ningún viento arranque
de cuajo esta ballena donde he vivido.

martes, enero 13, 2009

Cansancio

Tanto maldito sentimiento implicado en la creación literaria me hastía un poco, la verdad. Tantas horas dedicadas al ínclito oficio de escribir, y tanta sangre y tanto esfuerzo y la musa que se resiste y tal. Ese es el tema: casi todos los escritores creen necesario decirnos que escribir es una lucha, que escribir es algo agónico, que serían capaces de vender a su madre por una buena historia, que viven la vida de forma vicaria, interponiendo entre la realidad y los sentimientos una especie de papel carbón, que hace copia de los acontecimientos para que después puedan interpretarse por el yo escritor. Que los escritores no pueden evitar pensar en cómo contar los grandes acontecimientos de su vida de una forma literaria, que hay escritores que ven a su propio padre agonizar y, en lugar de sentir asco y rabia con el mundo, en lugar de sentirse verdaderamente solos, ya desesperadamente solos ante la muerte —la próxima generación en morir será la mía, la mía y no la de otro— lo que hacen es imaginar cómo van a contar esa muerte y esa soledad ante los demás. Que escribir es necesario, que hay que sentir una especie de pulsión inevitable que te haga poner palabras en el papel, que escribir es una especie de misión de Dios, un destino que se asume resignadamente porque, de verdad, lo que querrían hacer todos los escritores no es sufrir sino más bien pasar todo el día follando con mujeres guapas, como todo el mundo, pero que ya que se sienten elegidos en su misión, hacen el esfuerzo y en lugar de drogarse, o dar paseos, o escuchar música o cualquier otra cosa —follar con mujeres guapas— se ponen delante del ordenador, o del papel en blanco e intentan conmover a gente que ni siquiera conocen y eso a pesar de tener que ver a un psicólogo por lo mal que les hace sentir recordar que no pudieron apenarse verdaderamente con la muerte de su propio padre, sino que almacenaron la experiencia para utilizarla más tarde en una obra maestra, una obra que les llenara de orgullo.

Anda ya. Que estáis muy vistos. Que me cansáis. Decid algo original, coño.

Está claro que yo no voy a acabar escribiendo nada serio porque no siento ese destino dentro de mí, porque no me siento impulsado por la Historia, porque a veces tengo ganas de escribir y a veces no, porque no creo que escribir una novela sea más importante —ni de coña— que construir un puente. Y, claro, así, con esa falta de destino, con esa falta de pulsión, de intensidad, de necesidad de escribir, con esa falta de misión divina, cómo voy a acabar escribiendo algo serio, algo tremendo, algo trágico, algo que conmueva y cambie la vida de alguien. Pues de ninguna manera, la verdad. De ninguna manera.

Qué le vamos a hacer. Lo mío deben de ser los puentes.

lunes, enero 12, 2009

Cuentos de hielo

El hielo y el frío lo han cubierto todo con su manto de conservación y, al igual que ocurre en las fotos de la gente muerta, han detenido el tiempo, lo han congelado. Y como las historias no son nada sin el tiempo, no son nada sin el movimiento inherente a la vida que representa el tiempo, también se han congelado, se han retirado a un lugar al abrigo de las temperaturas del exterior. Como esos peces que son capaces de reducir al máximo sus constantes vitales para conservar la vida en el fango seco, así están ahora los personajes de estos cuentos. A la espera. A la espera de que se derrita un poco la escarcha para poder gritar aquí, diciéndole al jodido invierno: eh, mira imbécil, aquí estoy, por mucho frío que nos eches encima, hijo de la gran puta.

Y las manos de uno de esos personajes, uno que suele usar una moto para llegar al trabajo, se han congelado y ha debido acudir al centro médico, donde, desgraciadamente, no han conseguido salvar todos sus dedos. Pero, como se trata de un accidente laboral in itinere, ha conseguido una pensión por invalidez que, de una manera que no alcanza a comprender del todo, le ha garantizado un sueldo para el resto de su vida. Y reflexiona sobre el hecho de ser un inválido mientras se hace un té y mira por la ventana un día entre semana, sin prisa por acudir a ningún sitio, liberado al fin de realizar un trabajo que odiaba. Reflexiona sobre su propia invalidez, que lo estigmatiza ante los demás, que lo convierte en alguien digno de compasión y piensa que odia esos dos dedos que le faltan casi tanto como antes odiaba su trabajo. Por eso, en las reuniones sociales inventa currículos brillantes e inexistentes. Algunos de sus conocidos han empezado a advertir que cambia de profesión y de carrera universitaria en cada cena. La gente lo mira como a un bicho raro en esas reuniones. Él, por su parte, ha tomado la costumbre de utilizar solo su mano impedida para todo. Cuando fuma con su mano de tres dedos, todos retiran la mirada de forma discreta. Y él insiste en mostrarla, en hacer que los demás se sientan incómodos. No sabe muy bien por qué.

Y otro de ellos acaba de volver de un viaje exótico e incuba una enfermedad tropical casi desconocida en el mundo occidental que queda latente cuando la temperatura se encuentra por debajo de quince grados. Sus maldiciones sobre el tiempo gélido, sobre los cuatro grados bajo cero, que se notan aún más tras regresar del Caribe, ignoran que el viento helado, la escarcha y la nieve lo mantienen sano. En primavera, las bacterias recibirán el buen tiempo con un alarde de actividad que lo mantendrá toda esa estación y el verano posterior metido en una cama. Y lo más interesante del asunto es que está maldiciendo el mal tiempo cuando es ese mal tiempo el que está evitando su muerte. Si hubiera vuelto a un mundo de 25 grados, no habría podido vivir otro año. Él no lo sabe, claro. Pero tampoco nosotros sabemos si hoy ha sido la última vez que despertaremos en nuestra cama, si cruzaremos una calle y nos atropellarán, si nuestro corazón fallará para siempre. Y, al igual que le ocurre al personaje de este cuento de hielo, también ignoramos de qué está constituido ese futuro que nos aguarda. Ignoramos incluso si estamos ya incubando la enfermedad que acabará con nosotros; si estamos ya sentenciados; si, cuando nos miramos al espejo, estamos viendo nuestra cara por última vez.

Y otro más ha encontrado el cadáver de un jabato, congelado y aparentemente intacto en la puerta de su casa, en la urbanización de la sierra en la que vive. Y cuando descubre el cuerpo, dos pensamientos recorren su cabeza. Por un lado, teme al jabalí que ha perdido al jabato, tal vez en estos momentos esté tras la espesura, guiado por el olor de la cría muerta, esperando que él tome con las manos el bicho congelado para embestirle. Casi puede oir el gruñido y la respiración del animal tras los arbustos, el crujido del suelo bajo sus pezuñas, la saliva espesa cayéndole del hocico.
Por otro, no entiende qué hace allí el jabato. Sabe que los gatos hacen eso de vez en cuando, hacen regalos a sus dueños: palomas, ratones, pequeños animales muertos que depositan como ofrendas en los dormitorios. Pero él no tiene gato. No le gustan los gatos. Le inquietan. Y el hecho de pensar que hay un gato que quiere convertirse en su mascota y que es lo suficientemente grande para transportar un cuerpo de ese tamaño lo llena de pavor. Por eso mira tan fijamente el cadáver del jabato y no se atreve a despegar la costra de hielo que lo mantiene unido al suelo de su porche. Por eso mira a los arbustos y más tarde alrededor de la casa. Por eso el jabato va adquiriendo poco a poco un color azulado, el color de la comida congelada tiempo atrás que quedó olvidada debajo de las últimas compras.

jueves, enero 08, 2009

El amor

(para Aroa :-)


Todos los días a la misma hora miraba por la ventana para ver pasar a la señora. Pasaba con tanta regularidad que hubiera sido posible poner el reloj en hora cuando se la veía caminar apresurada arrastrando el carrito de la compra. Una mujer de costumbres. Eso le gustaba. La miraba pasar y se fijaba en la arruga del entrecejo que le dividía la frente por la mitad. Entonces la compadecía porque pensaba que debía de tener muchas preocupaciones. Una vida azarosa y difícil, con un marido cabrón que la había abandonado por una más joven, dejándole la carga de los niños y la familia, que un buen día la había mirado y le había dicho lo siento Juana, hay otra mujer, hay otra mujer de la que me he enamorado y quiero darme la oportunidad de ser feliz ahora que empiezo a hacerme mayor y no quedan demasiadas, hacía tanto tiempo que no sentía esta ligereza que he decidido irme de casa. Imaginaba también la cara de ella, vacía, sin expresión, como la cara de alguien que ha perdido el impulso vital, como si le hubieran arrancado algo, como si le hubieran clavado una espada en el pecho. Y su tremendo combate contra la soledad, la depresión, la falta de autoestima. Porque estaba seguro de que su marido la habría dejado por otra más joven, aunque dudaba mucho de que más guapa, eso lo dudaba mucho.
Imaginaba la vida de ella en el breve trayecto diario de la mujer bajo su ventana y cada día añadía un detalle nuevo: una beca de estudios en el extranjero, libros en francés, un amante parisino al que había abandonado para volver a la felicidad de su novio de toda la vida, el mismo que luego la había abandonado de cualquier manera, una amiga íntima dedicada al cine, cualquier cosa.
La vida que inventaba para su vecina adquiría más y más consistencia, se hacía real a sus ojos a medida que los días iban pasando y la veía caminar uno tras otro bajo la ventana. Tanto que empezaba a desear salir a la calle, después de tanto tiempo, solo para hablar con ella aunque, a la vez, reconociera que le daba miedo comprobar la diferencia que podría haber entre la vida que le había imaginado y la real. Le aterrorizaba pensar que cuando la conociera, tal vez tuviera que tomar un café con cara de circunstancias en una casa triste, con la atmósfera cargada por la pena. Que el vestido que ella eligiera para salir a cenar con él estuviera pasado de moda y un poco ajado en los codos, que el sexo fuera solo correcto, algo que hay que hacer porque es lo que hacen los adultos después de una cita en la que se han divertido aunque el deseo no aparezca por ningún sitio. Le daba miedo que la realidad no cumpliera sus expectativas. Sin embargo, cada día se le hacía más insufrible verla pasar por debajo de su ventana, caminando con ese bamboleo de caderas que tanto le gustaba y no atreverse a hablar con ella. Cada día estaba más lejos de atreverse a conocer a la mujer real y más cerca de estar enamorado de la mujer enigmática que había construido para sí.

Pero un día sonó el timbre de su puerta y cuando abrió, esperando que se tratara de un mensajero con un paquete que debía llegar aquel día, era la mujer la que estaba en el umbral. Ella le dijo: sé que, desde hace más de un año, me observas todos los días cuando paso. Te he inventado una vida que estoy segura de que no coincidirá en nada con la vida que habrás llevado en realidad. Pero ha llegado el momento de salir de dudas. El preguntó: ¿estás divorciada?, a lo que ella respondió: sí, dejé a mi marido por un imbécil que no merecía la pena, pero las decisiones que uno toma en la vida hay que asumirlas, ¿no te parece? ¿y tú? No, yo nunca llegué a casarme aunque técnicamente se podría decir que sí, que lo estoy; hace ya tres años, respondió él. ¿Tienes hijos?, preguntó ella, no, dijo él. ¿Tomamos un café? Claro, estoy deseándolo.

viernes, enero 02, 2009

Estampas

María mira a Pedro con algo de pena y de deseo en los ojos, recordando los buenos tiempos que ambos vivieron antes de que todo se fuera al carajo. María le está contando a Pedro que su hija la vuelve loca, que no atiende en clase, que no le hace caso. Pedro suspira y pone cara comprensiva aunque en el fondo está pensando que le da absolutamente igual lo que le suceda a la hija de su ex. De hecho, está pensando en el culo de Ruth, en las múltiples maneras de perforarlo, horadarlo y penetrarlo que se le ocurren, en untarlo de mermelada y lamerlo y chuparlo. Sigue poniendo cara comprensiva y sigue pensando en las curvas de su última chica, en la línea de sus nalgas cuando se acuesta boca abajo en la cama y fuma.

Ruth está pensando en que Pedro la está agobiando más de la cuenta. No debería haber empezado a salir con alguien tan mayor. Los tíos mayores son interesantes pero se obsesionan cuando tienen buena cama con alguien. Como hace tanto tiempo que no echan un buen polvo, se vuelven paranoicos y obsesivos y controladores cuando encuentran a una mujer que les haga una buena mamada. Los tíos mayores solo están bien para dar envidia a las amigas imbéciles y para contentar a tu padre. A tu madre no, tu madre preferiría que salieras con alguien de tu edad pero tu padre está contento porque, secretamente, se pregunta si tendría alguna oportunidad de conseguir algo parecido con la hija de otro.

Henar, la hija de María, está colocada mientras masturba a su chico. Se ha fumado tres canutos de marihuana y nota que la cabeza se le va, que los pensamientos van por su cuenta, espirales y volutas sin sentido. Henar está harta de su madre, que es una amargada y un cabrona que le hace la vida imposible. Henar piensa que su madre debería disfrutar más de la vida. Las madres de chicas adolescentes tienen como misión hacer que sus hijas se sientan como una mierda porque notan que el tiempo se les acaba y la exuberancia de sus propias hijas las sitúa a ellas ante el espejo sin trucos y sin mentiras. Tienen arrugas y las tetas caídas pero son más viejas. Y además son las madres, conocen bien a la víctima. Pero eso Henar no lo sabe. De hecho, Henar ni siquiera conoce las palabras necesarias para encadenar un pensamiento tan elaborado. Pero está buena, eso sí.

Álvaro, el nuevo novio de Henar no piensa en nada. Se limita a dejar que la mano de su chica haga su tarea. Cuando está a punto, le pide que lo acabe con la boca. Ella lo hace y luego se relame. Le encanta cuando hace eso. Es tan pornográfico que apenas tarda nada es estar de nuevo a punto.