lunes, diciembre 29, 2008

Delfín

Estoy cenando en un restaurante. Cuando estoy con los postres, me dicen que el pescado que acabo de comer es delfín. Me pongo meláncolico. Pienso que he saboreado la carne de un animal más listo que yo. Los delfines tuvieron la mala suerte de evolucionar en el agua y no poder dominar la materia a través del fuego. Seguro que a diario nos maldicen en su particular idioma. Hijos de puta monos cabrones de mierda, que no entendéis nada. Los delfines saben ajustar su cuerpo de forma intuitiva a los campos electromagnéticos de la tierra. Los delfines son inteligentes y crueles. Tal vez la inteligencia y la crueldad estén tan inseparablemente unidas que sean la misma cosa, diferentes manifestaciones del mismo fenómeno. Todo eso pienso. También imagino que soy un delfín que viaja a través del océano.

Siento el agua, siento el sónar del barco de la armada que pasa a un par de kilómetros, el retumbar de las explosiones bajo la quilla de un barco pirata somalí. Veo un grupo de cuatro personas caer al agua. Una de ellas está muerta. Pruebo la carne pero no me gusta. Prefiero el atún. El tiburón no, el tiburón solo lo pruebo cuando matamos alguno entre varios, como una manera de hacerme con su fuerza. Porque vosotros creéis que los tiburones son voraces y no, los tiburones lo que son es idiotas. A nuestro lado no tienen nada que hacer por muchas hileras dobles de dientes que tengan, todo músculo y nada de cerebro. Cuando les vencemos, probamos su carne. Según vuestros sociólogos, es una especie de ritual de iniciación.
De las tres personas que quedan en el agua, intento ayudar a una de ellas. Es una persona negra. No sé si es un pirata o un marinero. Me da igual. Es un humano. Y todos los escritores han hablado de la solidaridad que existe entre ambas especies. Así que le doy un golpecito con el morro en el pecho para despertarlo. No parece que funcione. Tiene los ojos muy abiertos. Creo que ya está muerto. El juego ha dejado de ser divertido. Dejo que se hunda para que los retoños se lo pasen bien. Siempre disfrutan. Pero a ellos tampoco les gusta la carne. Voy a por otro que patalea, como si eso fuera a ayudarle. Le doy en el pecho con el morro. Se agarra a mi aleta dorsal. Subo a la superficie con el fardo a la espalda. Cuando llega allí, respira y tose. Me alegro de que esté vivo. Es más divertido. Le agarro del pantalón con los dientes y me hundo.

Salgo de mi ensoñación y pienso que soy yo el que se ha comido el delfín. Y aquí estoy, tomando un café estilo turco en un restaurante del puerto. En una isla de la que dicen las guías turísticas que está situada en el centro geográfico del Mediterráneo.

Tal vez todo esto quiera decir que, en el fondo, todos merezcamos ser el juguete de los delfines. O algo así. Creo. No estoy muy seguro.

Feliz año nuevo.

martes, diciembre 23, 2008

Feliz Navidad

¡Feliz Navidad!, dijo un tipo gordo vestido de rojo, con la ropa raída (la crisis, pensé, la maldita crisis). Y yo contesté, ¡Feliz Navidad!, pero no te voy a dar ni un pavo. Y él dejó la sonrisa falsa que mantenía en su cara (como si no fuera suficientemente siniestro su disfraz) y me miró con ojos de asesino. Paz a los hombres de buena voluntad, dije yo, haciendo el signo de la paz para que no se enfadara. Cabrón, dijo. Dije gracias, me di la vuelta y me fui.

¡Feliz Navidad!, me dijo la frutera cuando fui a comprar una piña muy grande (yo odio la piña, pero en mi casa es tradición, una tradición que a mí me parece un poco ridícula, la verdad) y yo dije ¡Feliz Navidad! Que todo te vaya muy bien el año próximo. Y ella dijo: ¿cómo?, ¿no vas a volver a comprar hasta el año que viene? Era una expresión, mujer, contesté yo.

¡Feliz Navidad!, me gritó el correo electrónico cuando lo abrí al llegar a casa. Redacté una bonita respuesta con una animación en Flash que había hecho el día anterior y se lo envié a todos mis contactos. ¡Feliz Navidad!, decía el mensaje del móvil que me llegaba cada media hora. Compuse un haiku especialmente indicado para estas fechas y se lo envié a todos los números de la agenda. Algunos de los destinatarios de ambos mensajes me habrían olvidado tiempo atrás, pero me dio igual.

¡Feliz Navidad!, digo yo ahora desde aquí a todo el mundo que lee esto de vez en cuando. Que pasen ustedes como mejor sepan estas fechas. Yo voy a bajar a tomar un vino con la familia, si me disculpan.

lunes, diciembre 15, 2008

Jersey

Todo el mundo piensa que el diablo es un hombre con clase. Un hombre vestido de negro, elegante de maneras, con un brillo de inteligencia y maldad en los ojos, que promete cosas muy tentadoras, muy precisas, capaces de convencernos de abandonar el camino recto, de vender nuestra alma. Pero no es así. El diablo es un idiota y un gañán. El aliento le huele a cebolla y lleva la barba mal cuidada y la ropa raída. Sus propuestas son poco imaginativas, son propuestas de mesa camilla, olor a repollo y jersey tricotado por la tía solterona del pueblo en días que se suceden mientras las fotografías se van volviendo cada vez más blanquecinas con el paso del tiempo. El diablo es el más grande perdedor, el eterno segundón, el caído, el equivocado, el que se levantó frente a Dios con soberbia y se opuso a la eterna tiranía del que todo lo ve, todo lo sabe, todo lo apunta, todo lo recuerda. Y sin embargo, cómo lo entendemos. Entendemos su arrogancia, su envidia, su odio. Su búsqueda constante, utilizando medios humanos, tretas y artimañas. Su interés de científico en la maldad. Sus pequeños triunfos, siempre empañados por la omnipotencia de Jehová. Cómo lo comprendemos, cómo lo envidiamos secretamente por ser capaz de desembarazarse de las prescripciones morales que nos acompañan a todos, que nos han moldeado desde pequeños. Lo admiramos por su libertad, por su desobediencia, por su resistencia. Y Él nos mira con tristeza mientras arranca un bolita de lana del jersey gastado con el que siempre viste y nos promete fama y dinero en el pueblo. Y cuándo le pregunto por qué se me aparece de esa guisa, Él sonríe y me dice que hace mucho tiempo que se ha desprendido del amor a las cosas materiales, que no necesita dinero para ser feliz. Entonces le pido exactamente lo mismo que ha conseguido él, le digo que no deseo fama ni dinero, que lo que quiero es la sabiduría, que eso lo es todo. Y entonces me dice que eso es imposible y corre a buscar otra alma dispuesta a dejarse engañar por las apariencias.

miércoles, diciembre 10, 2008

Bobinas

Pienso en los relojes que no necesitan baterías, que funcionan con el movimiento del cuerpo y decido que los generadores de energía eléctrica que utilizan deben de tener unos sensores muy delicados, tan delicados que son capaces de transformar el latido de nuestro corazón en la energía que necesita un circuito para traducirnos el ritmo de la pulsación del cuarzo. El cuarzo vibra. Él es así.

Y ahora imagino que Google es, en realidad, una empresa con un objetivo malvado, que recopila cuidadosamente toda la información sobre nosotros que ponemos a su disposición. Que en alguna remota nave californiana tiene un archivo sobre mí con todo lo que leo, con lo que escribo aquí, con lo que le digo a la gente a través del messenger, con mis fotos y que lo utilizará para crear una réplica de mí en la Red, un bot que podrá sustituirme cuando el mundo se vaya al carajo.

Y leo: Al final de cada enchufe, siempre se esconde un imán y una bobina que gira. Son el alma y el motor de nuestra civilización.

La belleza se encuentra en los sitios más inesperados. La frase anterior es la frase de conclusión de la Unidad 6 de determinado libro de 2º de Bachillerato. La unidad 6 habla del electromagnetismo.

jueves, diciembre 04, 2008

Pregunta

Solo quiero contar un paseo (esta vez sin yonquis ni mendigos, yonquis evidentes quiero decir, porque estoy seguro de que más de uno de los que me crucé por la calle esperan el momento de llegar a su casa y poder atiborrarse de tranquilizantes o de cocaína o de whisky o de cualquier otra sustancia que los humanos utilicemos para perder la conciencia) en el que caminé un día frío como la muerte (y por qué será fría la muerte cuando el infierno es un lugar abrasador, el lugar al que está destinada la inmensa mayoría de la Humanidad si nos atenemos a la letra de las normas católicas [aunque tal vez la confesión sea la contabilidad creativa de la cuenta de resultados de la Iglesia, quién sabe]) y las nubes estaban tan bajas que todos parecíamos sietecuatrosietes cruzando el cielo pero sin luces de posición ni complicados bailes en el aire a diferentes alturas: el mundo es el núcleo de un átomo y los aviones los electrones moviéndose a diferentes alturas, con diferente carga energética, pensé. Y pensé en las sondas que hemos enviado al espacio y en si seguirán circulando por ahí dentro de un millón de años o de diez, cuando ya ninguno de nosotros se cuente entre los vivos, cuando no seamos nada más que polvo de estrellas (qué expresión odiosa y cursi a la que sólo salva el maravilloso disco de Bowie). Y pensé también, mientras la niebla fría se me metía en los huesos, en el amor (ya sé, ya sé que esta imagen no es adecuada porque ya digo que la muerte es el frío, porque fríos se quedan los cadáveres, y el amor siempre es caluroso pero yo no tengo la culpa, yo no tengo la culpa de que mi cabeza funcione de esa manera, tal deba comenzar inmediatamente una cura psiquiátrica que ponga las cosas en su sitio, que me sitúe de nuevo en el mundo como a una persona normal, una persona con los sentimientos en su sitio y con la vida en su sitio y con todo en su sitio, pero qué quieren que les diga, qué quieren que les diga) y, claro, no llegué a ninguna conclusión. Seguí caminando y entonces vi a alguien que parecía dormir en la calle (ya sé también que les he dicho que no aparecerían mendigos pero es que me interesan mucho, me interesan porque constituyen el símbolo de lo que podemos llegar a ser si no controlamos a la bestia que lucha por salir y anegarlo todo, de sangre, de mierda o de lo que sea) pero tenía un traje puesto y un maletín y un cartel que decía: "soy un ejecutivo en paro por la crisis y me ofrezco a cualquier cosa con tal de recuperar el móvil de empresa" y entonces me vino a la cabeza un cabrón en particular al que tengo mucho odio y que espero sinceramente que se muera entre estertores y luego pensé que el odio y el amor se parecen mucho porque ambos consumen nuestra voluntad y pensé que era mucho mejor la indiferencia porque el que odia ocupa su energía y su tiempo en algo inútil y aún así seguí deseándole los estertores al muy cabrón. Pero como el ejecutivo en paro no tenía nada que ver con el hijoputa en el que estaba pensando, me acequé y el tipo me dijo que aquello no era verdad, que él era un artista conceptual y que su obra era una reflexión sobre el miedo y que Marx tenía razón con aquello de que un fantasma recorría Europa pero que el fantasma no era la revolución ni hostias sino el miedo que los que mandan tratan de inocular en la gente (acabo de leer esta frase y, a pesar de que no la he puesto en mi boca, en mis manos, me ha quedado un poco demodé, no sé, como los pantalones de campana y las pellizas y las trencas y el amor libre y el prohibido prohibir y todas aquellas cosas raras que hacían los padres de nuestros amigos europeos, no los nuestros, porque los nuestros escuchaban a Juanito Valderrama cantar "El emigrante"). Entonces miré al artista conceptual y le hice varias fotos con el teléfono móvil y le dije que iba a crear un blog para que la gente pudiera observar en directo como pasaba frío durmiendo por la noche y pudiera hacer comentarios de lo que le parecía la iniciativa y en ese momento el artista me miró con interés y me dijo que yo sí que sabía de que iba la vaina, que yo si entendía lo que era el arte. Y yo le dije que pretendía ganar dinero con ello y el me dijo: lo ves, como sabes perfectamente de qué va esto del arte...
Y como lo sé (eso me dijo el artista, no me miren así) acabo esta locura citando mi soneto preferido de todos los tiempos que pertenecía a un señor con una cara de mala leche que no veas y que se llamaba Góngora:

Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;

mientras a cada labio, por cogello.
siguen más ojos que al clavel temprano;
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello:

goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,

no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

Ya ven a dónde me ha llevado ponerme a escribir sin dirección ni propósito. ¿Alguien sabe de un psiquiatra de confianza?